El joven estudiante Raskólnikov, agobiado por la pobreza y el orgullo, busca afanosamente la manera de salir de su difícil situación. Y tras semanas de arduo tormento, acaba cometiendo un crimen absurdo. La novela Crimen y castigo (1866) relata, precisamente, los días que median entre el asesinato y la posterior condena de Raskólnikov. Nadie ha descrito con más precisión la soledad de un hombre perdido en una ciudad como Fedor Dostoievsky. Y ahí, en la soledad del estudiante que no pudiendo ser santo decide ser criminal, que no pudiendo ser criminal decide sentirse culpable, vuelve a revivir una y otra vez Raskólnikov. Esa palabra misma, la palabra culpa, no podemos ya definirla sin pasar por Raskólnikov, el hombre que convirtió este dolor en una especie distinta de placer.