Lo que antes era una calle ahora es un muro, una frontera irregular dibujada azarosamente. Son los años ochenta y Occidente se ha convertido en una isla interna de Alemania Democrática. Juan Villoro llega a Berlín Oriental como agregado cultural de la embajada mexicana. Se instala en esa ciudad donde las ruinas y museos, testigos de una doble posguerra, son el telón de fondo del sol y la hierba, para seguir las pistas de la intriga internacional. Años después buscará su propio expediente secreto, escrito con pasión fetichista por los agentes del Estado. Sus crónicas entrelazan en una maraña temporal las paradojas del realismo socialmente existente, su estética cotidiana. Matilde Sánchez llega a Berlín Occidental para estudiar alemán en un curso de invierno. Recorre la «ciudadela» como una frontera explorada por estudiantes, desertores, exiliados y migrantes. Entre Fridenau, Kreuzberg, Steglitz, Friedrichstrasse, el río Spree, Savignyplatz y Checkpoint Charlie aparecen amistades y complicidades de un viaje depositado en ese extraño lugar de la memoria adonde van a parar las ciudades muertas.