La reflexión sobre las desigualdades sociales respecto a la lectura es necesaria, pero no es una práctica homogénea en todo lugar y espacio social. El análisis de las prácticas de lectura de grupos sociales específicos comete a menudo el error teórico y metodológico de pensar que la comprensión sociológica consiste en considerar una realidad social como hipóstasis de categorías fijas como “literatura popular”, “literatura intelectual” o “literatura juvenil”. El sociólogo no debe tratar de delimitar las literaturas como un geógrafo marca los contornos de las fronteras sobre un mapa, sino reconstruir las formas de experiencia que viven los lectores socialmente diferenciados en su contacto con diferentes obras. Tradicionalmente, los sociólogos han menospreciado las experiencias que los lectores viven con los libros. Sus investigaciones de la lectura han estado hasta hoy profundamente marcadas por la sociología del consumo cultural. Sin embargo, el gusto por la lectura de una obra literaria determinada no puede deducirse de una disposición cultural y de un volumen de capital cultural, sino que la sensibilidad literaria se sitúa por derecho propio en el marco de una teoría de la acción individual. La tarea del sociólogo de la experiencia literaria singular parece ser entonces indispensable para obtener una información sobre las prácticas y la recepción efectiva de la lectura. Entre otros aspectos, los textos literarios proporcionan sueños diurnos que permiten prolongar, acompañar, preparar o volver a la acción, o bien escapar a una realidad monótona, aburrida, dolorosa. El investigador puede así descubrir, a través de una sociología de la experiencia y de la sensibilidad literaria, algunos aspectos o dimensiones que los encuestados no suelen manifestar en las situaciones sociales corrientes.
Colaboran en este volumen: Anne-Marie Chartier, Christine Détrez, Olivier Donnat, Bernard Lahire, Gérard Mauger y Maartine Poulain.