Si la historia es un diálogo sin fin entre el presente y el pasado, podríamos decir que son los niños la fibra sensible donde se va depositando la subjetividad del presente, donde se va acumulando el amor, el desprecio, el abandono, la pobreza, la indiferencia, la soledad, el maltrato directo o indirecto del mundo de los adultos, de los que hacen la historia -historia que los interviene, los modela, los arriesga y los desafía tempranamente- y se va apozando, transformándose en una huella casi imperceptible pero que tiene la intensidad de las marcas de fuego. Y desde allí se va tejiendo un diálogo subterráneo de ese pasado y este presente, diálogo invisible, tantas veces sordo y mudo para los adultos. Y es aquí donde radica el valor del trabajo de Gabriel Salazar y todos los historiadores que han venido desenterrando esta historia. Nombrando a los in-nombrados, a los anónimos de siempre, devolviendo con ello no solo un nombre, una identidad, sino también la dignidad. Este trabajo contribuye a cultivar las potencialidades de todos ellos como posibles sujetos de la historia, por lo tanto transformadores de la misma; y es lo que queremos que este libro promueva.