Nos gusta aparentar que somos buena gente. Como Norman Bates cuando, en el ocaso de Psicosis, dominado por la personalidad de su difunta madre, dice que es incapaz de matar a una mosca. También nos gusta fingir que somos unos cobardes, y palidecemos de placer con la ronca respiración del monstruo. Los malos nos seducen y nos persuaden. sonreímos de complicidad cuando aparecen en la pantalla, aun a sabiendas de lo que vendrá a continuación, el sabor de la sangre, el olor del pánico en el cine.