La muerte de Kaspar Hauser fue, como en toda buena historia, su entrada en la leyenda: poetas, novelistas, pedagogos, filósofos y luego cineastas, compositores, coreógrafos, han buscado en «el enigma de Kaspar Hauser» (como se llamó en nuestro idioma la película de Werner Herzog de 1974) una clave de algo que siempre parece escaparse: si en su tiempo Kaspar pareció un experimento viviente ligado a los debates sobre la relación entre naturaleza y cultura, sobre lo innato y lo adquirido y sobre la conformación de «la vida interior del hombre», hoy, casi doscientos años más tarde, su peripecia resiste porfiadamente al olvido: como escribió Jorge Teillier en 1976, «los miosotis nos recuerdan que El Hombre Negro / dio muerte al Huérfano de Europa».