' en medio del gran océano -escribió el joven aspirante de la fragata francesa la flore-, en una región por la que nadie pasa jamás, hay una isla misteriosa y perdida, sembrada de estatuas monstruosas, obra de ignorada raza, degenerada hoy o desaparecida y es un enigma su pasado '. allí, en 1872, se encontraron la poderosa cultura occidental, dueña del presente, y la no menos poderosa cultura pascuense, dueña del pasado.
típicamente, se llenaron todos de asombro y curiosidad.
los europeos quisieron recorrer y ' dibujar ' los lugares sagrados. los indígenas -' un pueblo de niños ', según loti- los condujeron hasta ellos, y una vez allí, bailaron con respecto. entonces los europeos quisieron llevarse uno de los ídolos, como souvenir. y arrastraron con ' una gruesa cabeza, que pesa cuatro a cinco toneladas ', después de ' aserrarla por el cuello '. con el trabajo y la algarabía de un centenar de indígenas y marineros, la cargaron en una chalupa y la subieron a la fragata.
no fue suficiente: el almirante quiso también, para sí, ' un dios de piedra '. a cambio ofreció, en trueque, su capote. loti cerró la negociación con el jefe del lugar.
no tuvo problemas. después, desde la fragata, divisó el perfil del jefe pascuense, parado sobre los riscos, con el capote puesto. se veía grotesco y ridículo. y pensó: ' ¿ no habré cometido un crimen de leso salvajismo ? '.
¿ es ése respeto -igual al precio de un capote marinero- que dispensó la modernidad occidental a la colosal cultura salvaje de los ' pueblos de niños ' ?
