Se ha dicho que la escritura es salvación ―y acaso también la lectura―, aunque esta novela nos hace dudar acerca de ese poder redentor. Y es que la trama nos confronta con la dura realidad de la miseria humana llevada a su extremo, a su más abyecta bajeza. ¿Es posible volver del infierno? ¿Es posible tener fe y creer en la existencia de Dios cuando se ejerce el mal invocando su nombre? ¿Es posible confiar cuando nos traicionan aquellos que deben protegernos? El tema de esta novela es el poder y las huellas indelebles que sus abusos dejan. Propone un viaje al interior de un honor degradado, un futuro sin esperanza, una dignidad demolida. Miguel, el protagonista, camina, respira, incluso escribe, pero su alma ha muerto. Se la arrebataron de niño. Primero, la violencia doméstica. Luego, las repugnantes violaciones a las que fue sometido en un seminario, al igual que otros niños. Más tarde, la brutalidad de las calles y la pobreza. En medio de tanta soledad, unas manos amigas abrazan y contienen. Pero, ¿alcanza para compensar un daño tan inmenso? Luis Seguel Vorpahl se anima a ir hasta el fondo del horror. Y lo hace con delicadeza, amparado en el registro poético de su escritura que tiende un velo piadoso y evita la grosería de lo explícito. Esto es literatura y, por lo tanto, ficción. Sin embargo, su escalofriante paralelismo con algunos hechos de la realidad transforma esta novela en un recordatorio de otras peripecias humanas que a diario suceden en el mundo. Imposible permanecer indiferentes. Claudia Amengual
