Los personajes de Bisagras, el volumen de cuentos de Florencia Rabuco Quiroga, son mujeres ?niñas, adolescentes, ancianas? que aprenden artes marciales, cuidan a sus madres moribundas o riegan sus cenizas dentro de una planta. Son amigas y socias que traducen del japonés novelas y haikus, o como Mikasa Ackerman y Hange Zoe se enfrentan a fuerzas titánicas que, en este caso, se esconden en la cotidianeidad de la familia o el liceo. El mundo oriental como una sustancia estética y moral que aglutina las formas de actuar y ver el mundo de estas personajes que se desplazan por ciudades como Santiago y Viña del Mar, pero que podría ser cualquier ciudad sudamericana, siempre al borde de la distopía.
Como el ojo del poeta Watanabe y su ?particular criterio de selección?, el ojo de Rabuco Quiroga define su particularidad en los detalles. Elige la mano de un cuerpo accidentado en medio de la ciudad, el sol en la espalda de una madre que agoniza, las figuras animé en un llavero de peluche, una olla a presión llena de zapallos y papas, una bandeja de huevos que revienta en el asfalto.